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15 de agosto de 2010

Descenso desde la Peña Alaíz

Sábado por la tarde; tras una comida ligera y un tiempo de reposo me dispongo a emprender una nueva ruta. Entre semana Roberto y yo hemos hecho el recorrido de ascenso hasta la Peña Alaíz andando para reconocer el terreno y ver si es ciclable en sentido descenso; la impresión fue positiva, así que me he decidido a intentarlo. La idea es subir hasta La Covatilla para descender del modo más directo que hay, siguiendo los hitos desde la mencionada Peña, donde se encuentra una estatua en metal de la Virgen Mª Auxiliadora visible desde prácticamente cualquier punto de la comarca.
Después de preparar el equipo me dispongo a partir, dirigiéndome inicialmente a Palomares por el camino de El Bosque para seguidamente coger el GR10 hasta la carretera de acceso a la estación de esquí. Me lo tomo con calma, pues el ascenso es duro.
Una vez en la mencionada carretera, aunque por asfalto, el ascenso es duro; no tanto por el calor que aguanto bien como por el lastre de la bici, a la cual he hecho recientemente ciertas mejoras con las que he optimizado el rendimiento pero que han supuesto un aumento de peso. 
Las rampas son duras, sobre todo las iniciales, así que lo mejor es no pensar en lo que se me viene encima; para ello lo mejor es evadirse y pensar en otra cosa. Cada uno tiene su método, y el mío es contar: comienzo por 1 hasta 100 y vuelta a empezar; ¿raro? tal vez, pero me funciona.
1, 2, 3, ... 100.
1, 2, 3, ... 44, 45, 46 y pierdo la cuenta. Algo me ha distraído: es una mariposa que me ha adelantado y la ráfaga de viento que ha generado me ha hecho perder la línea recta (es la demostración de lo que me está costando subir, aparte de la camisa totalmente empapada de sudor).
1, 2, 3, ...
Más arriba sopla más viento y pienso que tal vez sea por el batir de las alas de la mariposa de antes, lo que me hace pensar en la teoría del kaos, sí esa que dice que un batir de alas de una mariposa puede acabar provocando un huracán en China.
1, 2, 3, ... sigo subiendo.
De repente noto que se suaviza la pendiente y meto algo más de desarrollo, hasta que nuevamente comienza a endurecerse el ascenso. Ahora me parece oír a Iván: "aprovecha la inercia"; lo intento, pero la misma sólo me dura 4 o 5 metros, así que de nuevo a sufrir.
1, 2, 3, ...
Por fin llego arriba entre desvaríos mentales y secuencias numéricas, dejo el asfalto y me dirigo por un prado entre escobas hasta la misma Virgen, donde aprovecho para tomar un gel y reponer fuerzas antes de comenzar el descenso.
Pienso que a partir de ahora la dificultad será principalmente técnica, pero el tiempo y los kilómetros me demostrarán que la exigencia física seguirá siendo alta, sobre todo para los brazos.
Me dirijo inicialmente al Colorino entre escobas y piedras por un sendero estrecho de no más de 50 cm y con mucha pendiente, siempre sujetando la bici con los frenos. Algún tramo debo hacerlo a pie.
Desde el Colorino el desnivel es algo menor, y aunque la senda está algo más despejada sigo encontrando escobas en medio de mi trayectoria y alguna que otra lancha de piedra, ahora más grandes y con bordes cortantes que en algún momento me resulta complicado esquivar.
El cansancio va haciendo mella, los brazos y las manos se resienten hasta el punto que me resulta imposible frenar y me "como" alguna curva. Tengo que tomar algún descanso de vez en cuando, y algún pequeño tramo lo hago a pie.
De repente atravieso una alambrada y entro en una zona boscosa. El sendero se vuelve más pedregoso, y me resulta un poco frustrante no poder disfrutar más de él por el cansancio acumulado; de hecho en alguna parada hacen amago de aparecer calambres en la zona posterior de los muslos.
Los últimos metros los hago andando, no me fío de poder frenar la bici según llevo las manos de doloridas, pero no son más de 15 o 20 metros. Por fin alcanzo la pista que lleva a la Garganta del Oso desde la carretera que une Candelario y Navacarros; la cojo en sentido descenso, hasta la mencionada carretera, y desde aquí por la Calleja de las Víboras a "Los Pinos" y finalmente a casa.
Ha sido una ruta dura y exigente pero que me ha dejado muy buen sabor de boca, aparte de la idea de hacerme con unas espinilleras: estoy cansado de volver a casa lleno de raspones y arañazos.

MGJ.

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