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28 de septiembre de 2014

Otoño

Amanece con el cielo encapotado y plomizo, amenzando lluvia; es el típico día que te dan ganas de volverte a la cama a dormir, no por tener sueño sino para que pase el tiempo a ver si mañana sale mejor.

Con el horario habitual comenzamos a pedalear; la temperatura aún es fresca aunque no tanto como pensaba, y a pesar que el día permanece cubierto no es tan gris como aparentaba desde la ventana de casa... sin duda ayuda el color de las lentes de las gafas, que además de protegerte los ojos del exceso de radiaciones y de posibles impactos ayundan a levantar un poco el ánimo. Este último aspecto sin duda es más psicológico que otra cosa, pero es real.

La ruta no está decidida pero hay un objetivo, hacer un descenso por un tramo de bosque muy tupido y frondoso con un desnivel bastante pronunciado. el sendero está bien, tiene agarre suficiente para bajar con seguridad y confianza gracias a las lluvias de los últimos días. Pero hay algo que no esperaba encontrar aún: color y luz. El colorido es espectacular, una variedad de colores que va del verde intenso al ocre más apagado y próximo a los amarillos; hay que verlo para hacerse una idea.

Comienzan a caer unas gotas de lluvia; inicialmente no es mucho pero parece que irá a más, así que paramos a ponernos el chubasquero antes de continuar la marcha, ya pensando en regresar por el camino más rápido.

Parada de rigor a tomar la caña de fin de ruta, a recuperar alguna de las fuerzas que hemos consumido durante la mañana. El interior está lleno, así que nos quedamos fuera, en la terraza, donde además podemos vigilar las monturas; no es que vivamos en un municpio inseguro pero no está de más prevenir. Con las cuatro gostas caídas y el ambiente fresco no es la opción más apetecible pero en contra de los esperado se está bien, sin viento ni lluvia.

Es otoño y el mountain bike es probablemente una de las mejores formas de disfrutar de él.




MGJ.